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.—¿Qué?Entornó los ojos y acercó la cara a la mÃa.—No te hagas la tonta conmigo.¡Doscientos dólares al mes! ¿Habrase visto? ¿Sabes por cuánto se alquilan los estudios en esta zona? Por trescientos.O sea que cada vez que le extiendes un cheque le robas cien dólares.Abusona, eso es lo que eres, una abusona.—Lila, por favor —dijo Henry, interrumpiéndola.ParecÃa desconcertado ante aquel ataque sorpresa, aunque saltaba a la vista que habÃan hablado del asunto—.No hablemos de eso ahora.Kinsey tendrá cosas que hacer.—Seguro que nos puede dedicar unos minutos —dijo Lila, dirigiéndome una mirada que echaba chispas.—Seguro —dije en voz baja y me quedé mirando a Henry con fijeza—.¿Está usted descontento de mÃ? —Sentà esa mezcla enfermiza de trÃo y calor que produce el sÃndrome de la comida china.¿PensarÃa en serio que abusaba de él?Lila volvió a entrometerse y respondió antes de que Henry pudiese abrir la boca.—No trates ahora de comprometerle —dijo—.Te admira y te respeta muchÃsimo, por eso no ha tenido valor para decÃrtelo hasta ahora.Pero ya me gustarÃa a mà darte unos azotes en el culo.¿Cómo te atreves a aprovecharte asà de este cacho de pan? DeberÃa darte vergüenza.—Yo no me aprovecharÃa nunca de Henry.—Pero si ya lo haces.¿Cuánto hace que vives aquà por la miseria que pagas? ¿.Un año? ¿Quince meses? No me digas que no has pensado nunca que es una auténtica ganga.Porque si me lo dices, entonces te diré en la cara que eres una embustera y las dos quedaremos en muy mal lugar.Creo que despegué los labios, pero no pude pronunciar una sola palabra.—Hablaremos de esto en otra ocasión —murmuró Henry, cogiéndola por el brazo.La obligó a dar un rodeo para evitarme, pero los ojos de Lila seguÃan clavados en los mÃos y tenÃa el cuello y las mejillas enrojecidos de rabia.Me volvà para ver cómo se la llevaba Henry hacia la puerta trasera.Se habÃa puesto a protestar en el mismo tono irracional que yo habÃa oÃdo la otra noche.¿EstarÃa loca?Cuando se cerró la puerta tras ellos, el corazón empezó a latirme con fuerza y advertà que estaba empapada de sudor.Me até la llave de casa al cordón de la bamba, me alejé y me puse a trotar antes de que se me calentaran los músculos.Apreté a correr para poner tierra por medio.Hice cinco kilómetros y volvà andando a casa.Las ventanas traseras de Henry estaban cerradas y habÃan bajado las persianas.Toda la parte de atrás parecÃa desierta e inhóspita, como un parque estival de atracciones después de cerrar.Me duché, me puse lo primero que vi y me fui a la calle, con ganas de huir de aquella casa.Aún me sentÃa picada, pero es que encima empezaba a cabrearme.¿Por qué se metÃa aquella mujer donde no la llamaban? ¿Y por qué no habÃa salido Henry en mi defensa?CaÃa la tarde cuando entré en Rosie's y no se veÃa ni un alma.El local estaba a oscuras y olÃa al tabaco de la noche anterior.El televisor de la barra estaba apagado y las sillas todavÃa boca abajo encima de las mesas, igual que una compañÃa de equilibristas haciendo su número.Recorrà el local entero y empujé la puerta batiente de la cocina.Rosie alzó los ojos con sobresalto.Estaba sentada en un taburete alto de madera y troceaba puerros con una cuchilla de carnicero.No soportaba que nadie se metiera en su cocina, sin duda porque no cumplÃa ninguna norma sanitaria.—¿Qué pasa? —preguntó cuando me vio la cara.—He tenido un tropiezo con la amiga de Henry —contesté.—Oh —dijo.Partió un puerro de una cuchillada y saltaron algunas briznas—.Pues por aquà no ha vuelto.Ha aprendido la lección.—Está como una cabra.HabrÃas tenido que oÃrla la noche que os peleasteis.Estuvo renegando y desvariando durante horas.Ahora me acusa de aprovecharme de Henry en el alquiler.—Anda, siéntate.Tengo que tener una botella de vodka en algún sitio.—Se dirigió al armarito que habÃa encima del fregadero, se alzó de puntillas y cogió una botella de vodka.Rompió el precinto y me sirvió un dedo en una taza de café.Se encogió de hombros y se sirvió otra ración para sÃ.Bebimos y noté que la sangre me volvÃa a correr por la cara."¡Uh!", exclamé sin querer.El esófago comenzó a escocerme y sentà que el alcohol me perfilaba el estómago.Fue curioso.Siempre habÃa creÃdo que el estómago estaba más abajo.Rosie puso los puerros troceados en un cuenco y limpió la cuchilla en el fregadero.—¿Tienes veinte centavos? Dos monedas de diez —dijo con la mano extendida.Rebusqué en el bolso y le di un puñado de calderilla.Se dirigió al teléfono público de la pared.Todo el mundo utiliza este teléfono público, hasta ella.—¿A quién llamas? ¿No llamarás a Henry, verdad? —dije alarmada
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